lunes, 5 de enero de 2009

El día que comenzó con dos besos en la mejilla y terminó con un beso en los labios.


Y un día antes, la ONU lo anunció. El 26 de noviembre la vida de la tierra llegaría a su fin. Lo sabían desde hacía quince años pero lo habían mantenido en secreto. Querían evitar un sufrimiento innecesario a lo inevitable. Al final de todas las cosas. A las 11 de la mañana del 25 de noviembre todas las televisiones del mundo contactaron con el pleno de las Naciones Unidas donde se dio la noticia.
El termino del anuncio dio paso a las caras incrédulas de los presentadores de los informativos, a las caras de extrañeza, desolación o incredulidad de los contertulios.
Fuera, en la calle, los ateos se hacían creyentes y los creyentes renegaban de sus dioses.
Una barahonda estúpida recorría todas las ciudades. La gente huía, corría, saltaba, iban con sus coches acelerando al máximo, salían de la ciudad hacia ninguna parte, a una salvación imposible.
La gente dejaba sus trabajos, volvían a su casa para compartir con su familia o, quizás, con sus perros los últimos momentos de vida. Algunos se quedaban atrapados en los ascensores. Las tiendas eran saqueadas, ¿con qué fin?, ni los asaltantes lo sabían, pero igual les evitaba tener que pensar en que mañana daría igual todo.
En un callejón de una ciudad cualquiera, un grupo de chicos violaba a una mujer, algunas personas pasaron corriendo al lado, miraban y seguían sin detenerse. ¿Qué más daba?
En los colegios los niños esperaban a que sus padres los recogieran, algunos profesores se habían esperado, en otros casos habían sido los primeros en irse. Algunos de esos padres se habían tirado por la ventana, desesperados, o se habían pegado un tiro.
Los monjes budistas continuaban, ascéticos, su camino hacia...hacia algún lado.
Y llegó la mañana del 26, las 12 en punto del mediodía. Los más afortunados se despidieron con un beso en los labios. Y después, todo terminó.

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