



Mientras afuera el frío helaba a los aventurados transeúntes que recorrían las calles de la ciudad, Andrés disfrutaba de calor del hogar. Jugaba con unos coches de plástico a los pies de su abuelo, quien, medio dormido medio despierto, pensaba en cosas banales en su mecedora de madera.
Para sus ocho años, Andrés era un niño muy despierto, de ojos claros y vivos, observadores y llenos de una curiosidad insaciable.
De repente, dejó los coches a un lado, se llevó una mano al labio, como pensativo, y le preguntó al abuelo:
- Oye abuelo, uhm…cuando un perro muere, ¿ dónde va?
-
El abuelo se sobresaltó, y a continuación meditó uno segundos
- Supongo que irán al cielo de los perros.
- Ajá, eso suponía yo…- replicó Andrés con satisfacción
A continuación, siguió jugando con los coches, mientras con la boca hacía ruido como de motor. Al poco tiempo, se giró de nuevo hacia su abuelo:
- Y oye abuelo, cuando los gatos mueren, ¿dónde van?
- Al cielo de los perros, claro- contestó rápidamente el abuelo
Andrés se quedó extrañado. No era esa la respuesta que esperaba.
- Pero… yo pensaba que irían al cielo de los gatos- dijo Andrés con suspicacia
- Bueno, Andrés-dijo el abuelo con tono cariñoso y condescendiente- si el cielo es el lugar en el que se es completamente feliz,¿ no crees que lo que más feliz haría a un perro sería que todo estuviera lleno de gatos para correr tras ellos?
Sin entender muy bien la respuesta, el niño se encogió de hombros, resopló y continuó jugando. Fuera, comenzó a nevar.
I. La montaña.
Ishmair vivía solo en lo alto de la montaña. Vivía tan solo, tan alejado de todos, tan alejado de todo, que él era su propio Dios. Se había creado a su alrededor su propio universo. Un universo imaginario. Pero bien pensado , era mejor vivir en un dulce sueño que experimentas una triste realidad.
La meta de Ishmair era morir en vida; no ansiaba la muerte, que en verdad le aterrorizaba, sino que buscaba una vida en forma de sueño, un eterno descanso en el sentido estricto de la palabra.
Casi todo el día lo pasaba durmiendo en su cueva. No creo que se pudiese llamar hogar a aquello. Una persona normal (aunque quizá debiera decir tan sólo una persona) hubiese adecentado aquello, hubiese dado un toque humano, intentando desprender de aquel sitio la sensación de primitivismo y muerte que se respiraba.
Cuando no dormía pocas cosas había que hacer: buscar algo de comida, encontrar leña y poco más.
En ocasión daba largos paseos por el bosque. Largos paseos a ninguna parte.
Dar largos paseos a ninguna parte es como vivir sin un objetivo, simplemente te dejas llevar y esperas que antes de llegar al fin del camino algo te indique que te estás equivocando en tu vida, que estás errando tu camino. De todas las veces que salió a pasear nadie le indicó que se estuviese equivocando.
Alguna vez Ishmair se preguntó cómo había llegado a ser como era. Qué le había empujado a vivir de ese modo. Quién le había empujado a una muerte en vida, sin posibilidad de redimirse. Nunca consiguió acordarse de que hubiese un antes, un ayer un pasado. En ocasiones, incluso le costaba acordarse de lo que había hecho el día anterior. Palabras como hora, minuto, segundo, ayer, mañana… cobraban en Ishmair su más estúpida expresión. Sin embargo, tenía que haber un antes, un ayer, un pasado.
Durante el tiempo que llevaba en la montaña, nunca encontró a ningún ser humano. Tampoco abundaban los animales , por lo que se tuvo que convertir en vegetariano a la fuerza. Su aspecto físico se aunaba perfectamente con el entorno, si se situaba al lado de un robusto tronco ni el ojo más avispado hubiese podido distinguir su sucia y mugrienta melena, sus ocres ojos semicerrados o su esquelética figura.
Uno de los días más felices de su vida fue cuando se dio cuenta que sabía escribir. No sabía cuándo ni dónde había aprendido, pero el caso es que sabía escribir. El suceso acaeció una mañana, una fría mañana, cuando estaba intentando encender una pequeña hoguera que le arrebatase el frío que le congelaba todos y cada uno de sus huesos. Con las manos entumecidas resultaba especialmente difícil conseguir encenderla, así pues, tras un rato sin conseguir su objetivo Ishmair cogió uno de los palos medio carbonizados y con rabia lo tiró contra una de las paredes de la cueva.
Una mancha negra quedó en la pared. Ishmair se acercó a observarla. Entonces cogió el palo que había tirado e intentó garabatear algo.
Dio unos pasos hacia atrás y observó lo que había escrito: Ishmair.
No sabía por qué había escrito eso, no sabía qué significaba, sólo sabía que de haber conocido el nombre de todas las cosas, sin lugar a dudas hubiese elegido escribir esa palabra. En ese momento, una lágrima comenzó a bajar por su mejilla, una lagrima cuyo contenido eran los recuerdo que ya nunca volverían.
II. El sueño.
- Hola Ishmair
- Hola, ¿quién eres? Ishmair… ¿es ese acaso mi nombre?
- Te pregunto yo lo mismo, ¿es ese acaso tu nombre?
- No lo sé. Pero bien podría serlo. Dime viejo, ¿qué haces en mi sueño?
- ¿En tu sueño? Creo que te equivocas. Este es mi sueño- contestó el viejo de una forma un tanto suspicaz
- Bien. Sea el sueño de uno o de otro, ¿qué pretendes de mí?
- Tan sólo quería hacerte una pregunta.
- Házmela y gustosamente contestaré.
- Ya sé que la vas a contestar, porque tu mismo te estás haciendo esta pregunta: si tuvieses la oportunidad antes de nacer, de elegir entre vivir una vida miserable o directamente no nacer y evitar tanto sufrimiento, dime Ishmair, ¿qué elegirías?
- Sin lugar a dudas la primera opción
- ¿Por qué?
- Porque así al menos podría odiarme toda mi vida por la elección…
Un rayó despertó a Ishmair. Se quedó pensando en las últimas, y únicas, palabras que conseguía recordar del sueño, mientras oía como afuera la lluvia golpeaba violentamente contra la tierra.
Jugar a ser Dios es jugar a controlar nuestro destino, es conocernos a nosotros mismos, es aprender a apreciar la belleza de lo que es feo, es aguantar toda una vida sin morir, es soportarnos sin posibilidad de cambiar, es querer ir más allá, es intentar comprender por qué la vida sin la muerte no tendría ningún sentido o conseguir explicar a alguien que la muerte sin haber vivido siempre es posible, es posibilitar que en una mirada quepa un mundo, es averiguar cuántos sentimientos caben en un segundo, es conocer, viajar, amar, sufrir, sentir, degustar, odiar… Por todo ello la vida es tan sólo un juguete. Un juguete hecho para niños.
III. La duda
Aquella mañana Ishmair se levantó con una extraña sensación, una sensación nueva: dudaba.
En esos momentos sintió que su existencia tal y como estaba viviendo no tenía sentido alguno. Todo aquello que había hecho no tenía ningún fin. Notaba que a lo lago de todos estos años siempre había habido un hueco en su interior. Aunque estuviera saciado de comida, aunque no le cupiese ni una gota más de agua, notaba como en su interior aún faltaba algo
Ese algo tan desconocido para Ishamir era la felicidad.
No sin dificultad intentó acordarse de lo que había hecho el día anterior , después intentó recordar la semana antes, el mes anterior, el año anterior,… Se dio cuenta que no podía diferenciarlo. Siempre había sido el mismo día. Lo único que cambiaban eran los sueños que tenía tan a menudo, los cuales muchas veces olvidaba al despertarse. Sin embargo, de algunos como el del día anterior sabía ya desde el momento en que se despertaba que lo acompañarían el resto de su vida.
Ishmair llegó a una conclusión: toda su vida ( o al menos la vida que recordaba) siempre había sido igual, porque nunca llegó a reconocer que no tenía sentido. Tenía miedo. Miedo a lo desconocido. Miedo a una vida mejor.
Desde la roca donde estaba sentado mientras le venían a la mente todos estos pensamientos echó una mirada a su alrededor. Observó lentamente lo que durante años había sido su hogar. Pensó en qué pasaría si lo abandonara, qué pasaría si nunca más volviese a verlo. Le entró dolor en el estómago.
IV. La huida
El sol se plantó en mitad de la cueva. Ishmair abrió los ojos lentamente. Intentó recordar si había tenido otro sueño. Ninguna imagen le vino a la mente.
Se fijó en un montón de leña quemada que había a su lado y decidió que después de encontrar algo de comer iría a por más leña. Con su experiencia sabía dónde encontrar las mejores hierbas.
Se preparó un buen banquete. A media tarde, después de una larga siesta, decidió ir a por leña. Avanzó por un pedregoso y empinado camino. Cuando no llevaba mucho tiempo se encontró un gran árbol y a sus pies unas cuantas ramas perfectas para la hoguera. Ishmair se quedó mirándolas. Decidió que no eran lo suficientemente buenas. Siguió andando un rato. Se paró. Oteó a su alrededor y siguió caminando.
En su camino encontró varios montones de ramas, al parecer ninguna era lo suficientemente buena.
Cuando llevaba media mañana caminando, adentrándose más y más en el bosque se dio cuenta que había llegado a un punto del bosque que no conocía. Nunca había andado tan lejos. Sus necesidades se podían satisfacer a no más de media hora de paseo. El estómago le empezó a arder. Cogió aire lentamente. Exhaló, y sin echar la vista atrás siguió caminando por una estrecha senda, rumbo a lo desconocido.