

Mientras afuera el frío helaba a los aventurados transeúntes que recorrían las calles de la ciudad, Andrés disfrutaba de calor del hogar. Jugaba con unos coches de plástico a los pies de su abuelo, quien, medio dormido medio despierto, pensaba en cosas banales en su mecedora de madera.
Para sus ocho años, Andrés era un niño muy despierto, de ojos claros y vivos, observadores y llenos de una curiosidad insaciable.
De repente, dejó los coches a un lado, se llevó una mano al labio, como pensativo, y le preguntó al abuelo:
- Oye abuelo, uhm…cuando un perro muere, ¿ dónde va?
-
El abuelo se sobresaltó, y a continuación meditó uno segundos
- Supongo que irán al cielo de los perros.
- Ajá, eso suponía yo…- replicó Andrés con satisfacción
A continuación, siguió jugando con los coches, mientras con la boca hacía ruido como de motor. Al poco tiempo, se giró de nuevo hacia su abuelo:
- Y oye abuelo, cuando los gatos mueren, ¿dónde van?
- Al cielo de los perros, claro- contestó rápidamente el abuelo
Andrés se quedó extrañado. No era esa la respuesta que esperaba.
- Pero… yo pensaba que irían al cielo de los gatos- dijo Andrés con suspicacia
- Bueno, Andrés-dijo el abuelo con tono cariñoso y condescendiente- si el cielo es el lugar en el que se es completamente feliz,¿ no crees que lo que más feliz haría a un perro sería que todo estuviera lleno de gatos para correr tras ellos?
Sin entender muy bien la respuesta, el niño se encogió de hombros, resopló y continuó jugando. Fuera, comenzó a nevar.
2 comentarios:
que guapa tu madre! que ojazos!!!
mola tu cuento...... yo espero que en el cielo al que me toque ir no haya ni perros ni gatos!!!!....así que trataré de ser menos perro!..jjje...guapas las fotos.... algo oscuras.... a ver so empezamos a jugar con los ajustes de imagen de PSD....
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